Editorial de la revista Punto a Punto
Nuestros
gobiernos hablan mucho de “progreso” y como progreso entienden las inversiones
de las transnacionales en soja, eucaliptos, papeleras, las inversiones en zonas
francas, en puertos de agua profunda, en la explotación de minerales a cielo
abierto en desmedro de nuestra agropecuaria e industria nacional. Y
así nos está yendo con la extranjerización de nuestras mejores tierras, la
pérdida de soberanía nacional y el alejamiento de más de 12.000 productores campesinos
de su fuente de vida; con las consecuencias que estamos viviendo, consumiendo
ajo, verduras, frutas, vestimenta y comestibles en general, que provienen del
exterior.
Tampoco
faltan periodistas, que confunden papeleras con el uso de papel
higiénico o los celulares con la explotación minera, defendiendo dichas
multinacionales. El progreso no radica ni en el uso del papel higiénico ni en
el tener celulares y menos aún con el uso de glifosato, a costa del sacrificio
humano.
Me
permito hablar con cierta experiencia, habiendo trabajado como docente e hijo
de campesino, en las ligas agrarias del norte santafesino, con un
equipo interdisciplinario, donde participaban ingenieros agrónomos del INTA,
comunicadores de radios comunitarias, docentes y cientistas sociales, apoyados
por una radio diocesana creada para esos fines, hoy con más de cien
ramificaciones en todo el norte santafesino y chaqueño.
Nuestra
experiencia nos dice que no es posible ninguna reforma agraria sin previa
educación, con el fin de crear una nueva cultura agraria.
No se
trata de dar tres o cuatro hectáreas de tierra a quien quiere trabajarla para poder
subsistir con su familia. Si bien es muy importante e innegable su
subsistencia, pero una reforma agraria no termina allí, ni con dos o con tres
hectáreas.
En primer
lugar debe saberse en qué zona se vive; qué se puede producir, no sólo
para el sustento de su familia, sino para las necesidades del país, porque no
es sólo él y su familia, es toda una comunidad a la cual él y su familia pertenece
y que depende de la producción campesina. El problema va más allá de lo que
teóricamente se cree y se piensa. Detrás de toda reforma agraria hay un país,
que debe vivir y no subsistir.
Se trata
de reorganizar la sociedad campesina de acuerdo a su producción
por regiones productivas y dentro de lo posible, organizarlos en
forma cooperativa, para terminar no sólo con el individualismo, sino para
lograr una mejor producción con un menor costo y evitar la explotación de las
sanguijuelas intermediarias.
De ahí la
importancia de una educación permanente, porque no es lo mismo sembrar
legumbres y hortalizas que caña de azúcar, que requiere más hectáreas, o criar
aves, ovinos que bovinos; viñedos que tambos, o granos o montes frutales. ¡Por
favor no caigamos en simplezas! Una reforma agraria requiere toda una visión
amplia de producción y de solidaridad.
Repito
que no se trata sólo de repartir tierras entre quienes quieren trabajarla, sino
de educarlos, organizarlos, en base a la demanda familiar, pero también en base
al consumo nacional, para que unos y otros sean partícipes de sus necesidades.
Dejo
planteado el problema. El tema agrario no es simple y da para mucho más, porque
cada situación concreta demanda una respuesta diferente, porque no es
pretensión dar una respuesta al problema, sino abrir el debate sobre una
posible reforma agraria nacional, con gente que sabe de tierras, porque nadie
es dueño de la verdad, aunque la verdad sea ella misma, sólo los hechos la
ratificarán o rectificarán.
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