viernes, 11 de julio de 2014

No hay reforma agraria sin educación


Editorial de la revista Punto a Punto
Nuestros gobiernos hablan mucho de “progreso” y como progreso entienden las inversiones de las transnacionales en soja, eucaliptos, papeleras, las inversiones en zonas francas, en puertos de agua profunda, en la explotación de minerales a cielo abierto en desmedro de nuestra agropecuaria e  industria nacional. Y así nos está yendo con la extranjerización de nuestras mejores tierras, la pérdida de soberanía nacional y el alejamiento de más de 12.000 productores campesinos de su fuente de vida; con las consecuencias que estamos viviendo, consumiendo ajo, verduras, frutas, vestimenta y comestibles en general, que provienen del exterior.
Tampoco faltan periodistas, que confunden  papeleras con el uso de papel higiénico o los celulares con la explotación minera, defendiendo dichas multinacionales. El progreso no radica ni en el uso del papel higiénico ni en el tener celulares y menos aún con el uso de glifosato, a costa del sacrificio humano.
Me permito hablar con cierta experiencia, habiendo trabajado como docente e hijo de campesino, en las ligas agrarias del norte santafesino,  con un equipo interdisciplinario, donde participaban ingenieros agrónomos del INTA, comunicadores de radios comunitarias, docentes y cientistas sociales, apoyados por una radio diocesana creada para esos fines, hoy con más de cien ramificaciones en todo el norte santafesino y chaqueño.
Nuestra experiencia nos dice que no es posible ninguna reforma agraria sin previa educación, con el fin de crear una nueva cultura agraria.
No se trata de dar tres o cuatro hectáreas de tierra a quien quiere trabajarla para poder subsistir con su familia. Si bien es muy importante e innegable su subsistencia, pero una reforma agraria no termina allí, ni con dos o con tres hectáreas.
En primer lugar debe saberse en qué zona se vive; qué se puede producir, no sólo para el sustento de su familia, sino para las necesidades del país, porque no es sólo él y su familia, es toda una comunidad a la cual él y su familia pertenece y que depende de la producción campesina. El problema va más allá de lo que teóricamente se cree y se piensa. Detrás de toda reforma agraria hay un país, que debe vivir y no subsistir.
Se trata de reorganizar la sociedad campesina de acuerdo a su producción por  regiones productivas y dentro de lo posible, organizarlos en forma cooperativa, para terminar no sólo con el individualismo, sino para lograr una mejor producción con un menor costo y evitar la explotación de las sanguijuelas intermediarias.
De ahí la importancia de una educación permanente, porque no es lo mismo sembrar legumbres y hortalizas que caña de azúcar, que requiere más hectáreas, o criar aves, ovinos que bovinos; viñedos que tambos, o granos o montes frutales. ¡Por favor no caigamos en simplezas! Una reforma agraria requiere toda una visión amplia de producción y de solidaridad.
Repito que no se trata sólo de repartir tierras entre quienes quieren trabajarla, sino de educarlos, organizarlos, en base a la demanda familiar, pero también en base al consumo nacional, para que unos y otros sean partícipes de sus necesidades.
Dejo planteado el problema. El tema agrario no es simple y da para mucho más, porque cada situación concreta demanda una respuesta diferente, porque no es pretensión dar una respuesta al problema, sino abrir el debate sobre una posible reforma agraria nacional, con gente que sabe de tierras, porque nadie es dueño de la verdad, aunque la verdad sea ella misma, sólo los hechos la ratificarán o rectificarán.

No hay comentarios:

Publicar un comentario